sábado, octubre 18, 2008
lunes, septiembre 29, 2008
25.09.2008
miércoles, agosto 13, 2008
¿Renovarse?
Me encantan los libros de los escritores que me encantan porque hablan de historias sucedidas en pueblos con casas de paredes de barro, con camas que son hamacas que cuelgan en clavos al anochecer, y debajo de las ventanas tienen albahaca y jazmines hasta los que llega un hilillo de agua que se escapa de un riachuelo cercano; porque los amantes se hablaban mediante cartas y debían sufrir la lentitud de su servicio; porque escribían en máquinas de escribir, llevaban ropa de lino y enaguas y fumaban cigarrillos sin filtro.
Hoy, las relaciones crecen y se hacen más fuertes gracias a las horas que pasamos hablando por el messenger, y yo he acabado adorando el dibujo del sobrecito con tapa y dobleces que aparece en mi móvil o en la parte inferior derecha de la pantalla de mi ordenador.
Me gusta más el regusto romántico y ocre de las historias de mis autores preferidos, y quizá por eso me resisto a escribir, porque en las historias que conozco aparecen messengers, móviles o sobrecitos que parpadean.
Quizá habrá que reinventarse la historia. Renovarse o morir, dicen.
martes, julio 15, 2008
Con N de toNNNNNta
jueves, julio 03, 2008
jueves, mayo 29, 2008
Long haired girl
viernes, mayo 23, 2008
Amelie Inspiration
Y la lluvia cae encima de unas fresas expuestas delante de una frutería.
jueves, abril 17, 2008
Muere 'Rosario la dinamitera', la miliciana que inmortalizó Miguel Hernández
Luchó con las milicias en la defensa de Madrid contra las tropas de Franco
ELPAÍS.com - Madrid - 17/04/2008
Nacida el 21 de abril de 1919 en Villarejo de Salvanés (Madrid), fue una de las primeras mujeres en alistarse en las milicias que combatieron en la Guerra Civil contra las tropas franquistas en la defensa de la capital española. Tenía sólo 17 años el 18 de julio de 1936, cuando se sublevó gran parte del Ejército.
Hernández, a los pocos días de llegar a Alcalá de Henares, en noviembre de 1936, tuvo conocimiento de que una miliciana de su batallón, llamada Rosario Sánchez Mora, Chacha, había perdido la mano derecha en unas maniobras mientras ayudaba a fabricar bombas y explosivos. Era la única mujer de la sección de Dinamiteros. Cuando estuvo ingresada en el hospital fue a visitarla el filósofo José Ortega y Gasset.
Miguel Hernández le hizo un poema y después la invitó a ir con él a la radio para leer unos poemas: "No sabía quién era Miguel, sólo sabía que me había hecho una poesía, pero eso lo habían hecho otros, incluso uno me hizo una caricatura", declaró Sánchez.
En 1939, antes de que Franco entrara en Madrid, Rosario partió a Valencia, se reunió con su padre (de Izquierda Republicana), y se dirigieron a Alicante para huir. Pero fueron detenidos. Su padre fue fusilado.
Condenada a muerte
Rosario Sánchez fue encarcelada durante el franquismo y condenada a muerte, aunque la pena le fue conmutada por treinta años de cárcel, de los que sólo cumplió tres. Ya en libertad, se hizo vendedora de tabaco.
En su célebre poema Rosario, dinamitera, Hernández, muerto en la cárcel de Orihuela (Alicante) en 1942, escribía de ella:
Rosario, dinamitera/ sobre tu mano bonita/ celaba la dinamita/ sus atributos de fiera/ .../ bien conoció el enemigo/ la mano de esta doncella/ que hoy no es mano porque de ella/ que ni un solo dedo agita/ se prendó la dinamita/ y la convirtió en estrella.
lunes, marzo 17, 2008
El último desafío de la 'duquesa roja'
Noticia
lunes, marzo 10, 2008
domingo, febrero 17, 2008
viernes, febrero 15, 2008
Retro: More than 10 years ago
(hasta esencias de antifaces)
Qué pasa a mi alrededor
que no veo más que antifaces,
faces de sombras oscuras
y sublimes apariencias.
Un destello de luz me engaña
y creo ver la lucidez
de una tez extravagante
que me niega la carencia.
Carencia de lo que imagino,
la carencia del no ver,
ver que las luces se apagan
tras un marco de abstinencia.
Y creo ser yo la luz
entre estas tinieblas oscuras,
amarguras infinitas
que me acaban la paciencia
al no encontar luz ni sol
que destape los telones
y me enseñe reales vidas,
que esto no es un teatro
entre irónicas decencias.
Que no quiero ni teatros,
ni decencias, ni mentiras,
que me tiras los consuelos,
los secretos que creía
de las íntimas presencias.
Y de todo este meneo
de intenciones desoladas
solamente saco en claro
que, si enseñan antifaces
ante faces caprichosas,
creer en uno manda siempre
y buscarse bien la esencia.
sábado, febrero 02, 2008
El amor en los tiempos del cólera
Creo que me pasa cada vez que acabo de leer un libro de García Márquez. Esta vez incluso no leía a propósito en los momentos que suelo aprovechar para leer (metro, bus), intentando evitar el momento en que se acabara.
Dos perlitas: 100 años de Soledad y El amor en los tiempos del cólera. En ambas te da tiempo de meterte en la vida de los protagonistas, pero meterte de verdad. Contemplas toda su vida, desde que son unos niños hasta viejos, y así cómo no va a querer uno que el libro no se acabe nunca. Vas viendo cómo crecen, cómo cambian, cómo es su carácter, y no solamente como un recurso literario (nunca digas, sólo muestra) sino porque los vas viendo, igual que vas conociendo a una persona o ves crecer a alguien más pequeño que tú. Al cabo de los años, dile años dile páginas, ves que se pueden sentir en un momento desgraciados, pensando para sí mismos, y te los imaginas, más allá de las letras, haciendo un repaso a toda su vida. Tú, que los conoces y la conoces, les dices: Pues sí, Fermina, cómo hemos llegado hasta aquí. Y te ves a ti mismo dándoles una palmada en el hombro, fumando con ellos los cigarrillos que se fuman a escondidas en el lavabo o repasando las cartas de amor devueltas.
Vas leyendo, y reconoces a ratos escenas de tu propia vida. Y no porque hayas vivido lo mismo, ni siquiera algo parecido, sino porque estás notando el mismo escalofrío a lo largo de la espalda, el mismo encogimiento de estómago o la misma placidez que hayas sentido en tu propia vida. Sólo que ahora estás sentado leyendo un libro, no viviendo tu vida, sino espiando la de otros que ni siquiera existen, pero que te los crees hasta el punto de mezclarlos de carne y hueso con tus propios recuerdos.
Y esto es así porque García Márquez es capaz de explicar un silencio con un repique de cencerros y hace rezumar exhalaciones de jazmines y albahaca. García Márquez hace con uno lo que a él le da la gana, ni más ni menos, o si no yo no me olvidaría de dónde estoy ni pensaría más en las levitas de paño de los hombres de mi libro.
Cada personaje tiene una historia, y una vida, y uno quisiera retrasarse en las vidas de las personas que conoce de verdad de igual manera, para que todo tuviera el mismo sabor dulzón en la boca.
Ojalá todos hiciéramos el amor después de la siesta y la luz a través de las persianas mal bajadas nos dejara la piel de tigre manso.