En realidad no tengo derecho a quejarme. Si no soy lo que quiero ser, es culpa mía, porque ni mucho menos estoy tan lejos de ello.
Ahora que he asumido que siempre va a haber algo que me dé el sabor agridulce, porque yo misma escojo ponerme las cosas difíciles, ya tengo el secreto para ser feliz.
Y cosas como escuchar música clásica de vez en cuando.