domingo, febrero 17, 2008

viernes, febrero 15, 2008

Retro: More than 10 years ago

De antifaces y apariencias
(hasta esencias de antifaces)

Qué pasa a mi alrededor
que no veo más que antifaces,
faces de sombras oscuras
y sublimes apariencias.

Un destello de luz me engaña
y creo ver la lucidez
de una tez extravagante
que me niega la carencia.

Carencia de lo que imagino,
la carencia del no ver,
ver que las luces se apagan
tras un marco de abstinencia.

Y creo ser yo la luz
entre estas tinieblas oscuras,
amarguras infinitas
que me acaban la paciencia

al no encontar luz ni sol
que destape los telones
y me enseñe reales vidas,
que esto no es un teatro
entre irónicas decencias.

Que no quiero ni teatros,
ni decencias, ni mentiras,
que me tiras los consuelos,
los secretos que creía
de las íntimas presencias.

Y de todo este meneo
de intenciones desoladas
solamente saco en claro
que, si enseñan antifaces
ante faces caprichosas,
creer en uno manda siempre
y buscarse bien la esencia.

sábado, febrero 02, 2008

El amor en los tiempos del cólera

Me acabo de morir un poco.
Creo que me pasa cada vez que acabo de leer un libro de García Márquez. Esta vez incluso no leía a propósito en los momentos que suelo aprovechar para leer (metro, bus), intentando evitar el momento en que se acabara.
Dos perlitas: 100 años de Soledad y El amor en los tiempos del cólera. En ambas te da tiempo de meterte en la vida de los protagonistas, pero meterte de verdad. Contemplas toda su vida, desde que son unos niños hasta viejos, y así cómo no va a querer uno que el libro no se acabe nunca. Vas viendo cómo crecen, cómo cambian, cómo es su carácter, y no solamente como un recurso literario (nunca digas, sólo muestra) sino porque los vas viendo, igual que vas conociendo a una persona o ves crecer a alguien más pequeño que tú. Al cabo de los años, dile años dile páginas, ves que se pueden sentir en un momento desgraciados, pensando para sí mismos, y te los imaginas, más allá de las letras, haciendo un repaso a toda su vida. Tú, que los conoces y la conoces, les dices: Pues sí, Fermina, cómo hemos llegado hasta aquí. Y te ves a ti mismo dándoles una palmada en el hombro, fumando con ellos los cigarrillos que se fuman a escondidas en el lavabo o repasando las cartas de amor devueltas.
Vas leyendo, y reconoces a ratos escenas de tu propia vida. Y no porque hayas vivido lo mismo, ni siquiera algo parecido, sino porque estás notando el mismo escalofrío a lo largo de la espalda, el mismo encogimiento de estómago o la misma placidez que hayas sentido en tu propia vida. Sólo que ahora estás sentado leyendo un libro, no viviendo tu vida, sino espiando la de otros que ni siquiera existen, pero que te los crees hasta el punto de mezclarlos de carne y hueso con tus propios recuerdos.
Y esto es así porque García Márquez es capaz de explicar un silencio con un repique de cencerros y hace rezumar exhalaciones de jazmines y albahaca. García Márquez hace con uno lo que a él le da la gana, ni más ni menos, o si no yo no me olvidaría de dónde estoy ni pensaría más en las levitas de paño de los hombres de mi libro.
Cada personaje tiene una historia, y una vida, y uno quisiera retrasarse en las vidas de las personas que conoce de verdad de igual manera, para que todo tuviera el mismo sabor dulzón en la boca.
Ojalá todos hiciéramos el amor después de la siesta y la luz a través de las persianas mal bajadas nos dejara la piel de tigre manso.