martes, mayo 04, 2010

Flexibilidad y gestión del cambio

Hoy me he dado cuenta de lo poco que me gusta estar a merced de otra persona, ni que sea de la forma más mínima.
Estaba en un curso sobre flexibilidad y gestión del cambio, en porta22. Por un lado, y a pesar de que el tema y el enfoque del profesor me interesan sobremanera, lo que estaba explicando el profesor yo ya lo había oído en otro cursillo impartido por este hombre, al que asistí. Dado mi interés por el tema, quizá esto no habría sido un problema, pero estaba anímicamente flojilla, por lo que un café con mi mejor amigo -y el correspondiente abrazo- se me antojaba mucho más necesario en aquel momento. Además, el profesor había dicho que en la segunda parte haríamos un ejercicio para aplicar lo que se había aprendido. ¿Performance de situación? No, gracias.
Así que en el descanso he llamado al Javi y le he dicho que me iba a ir del cursillo antes de tiempo, por lo que podíamos quedar.
Al volver al aula, he cogido mis cosas, me he puesto la cazadora y le he preguntado al profesor si me podía dar el dossier del cursillo y si quería que contestara la encuesta de satisfacción, que yo me iba porque no me encontraba bien. Él ha contestado que debería quedarme, porque la segunda parte era la buena. Y yo, que me encontraba mal. Cuando a su compañera se le ha ocurrido preguntar si alguien tenía un ibuprofeno, el profesor ha estado de acuerdo con que un ibuprofeno era buena idea y a mí se me ha ocurrido decir que no me encontraba mal físicamente, sino anímicamente. Acabáramos. No ha hecho falta nada más para que se pusieran a informarme, pues, de lo bien que haría si me quedara, precisamente por tener el ánimo bajo. El profesor me ha dicho cosas como que no tenía nada que perder, sólo una hora, que ya que estaba allí tenía que aprovechar, que el mundo de fuera ya lo conocía y que, además, es muy negro. Cuando me ha preguntado por qué me quería ir, y ante el desarme que una pregunta tan sencilla y directa inflige, he pensado y he contestado de forma igualmente sencilla y directa: quiero ver a mi mejor amigo.
Entonces me ha dicho que, bueno, si realmente tenía un motivo, ya no se metía, pero igualmente creía que lo mejor era quedarme, que la última parte era la mejor.
Ha sembrado la semilla de la curiosidad y la indecisión, por lo que le he llamado puñetero, a lo que él ha contestado que por eso lo había hecho.
A lo que le digo, bromeando:
- ¿Ves? Por esto no hay que decir la verdad.- refiriéndome al verdadero motivo por el que me quería ir.
Y dice:
- No, no, por esto hay que decirla.
Y yo:
- No, que si no la gente hace contigo lo que quiere.
Y ahí me he quedado, con 2 personas y media sabiendo que tenía el ánimo bajo y que necesitaba el abrazo de mi mejor amigo.
Antes del descanso, mi papel en el grupo era el de siempre: minimizado, desapercibido, analizando cómo reacciona la gente a lo que el profesor va diciendo, imaginándome personalidades según lo que cada quien iba diciendo.
Después del descanso, una cobaya más: indefensa, descubierta y vulnerable.

Como todos sabíamos desde el momento en que les dije al profesor y a su compañera que estaba baja de ánimos, estoy contenta de haberme quedado hasta el final. El ejercicio práctico no era ni mucho menos una escenificación cutre de una situación verosímil, sino algo mucho más abstracto y emocional, e increíblemente didáctico.

¿Me da miedo que la gente sepa que me siento triste o vulnerable? No, yo creo que no. Supongo que el problema es, como siempre, por el control. Cuando yo le cuento a alguien que me siento mal, es porque he decidio previamente contárselo y puedo prever cuáles van a ser las consecuencias de que se lo cuente. Como acepto esas consecuencias, decido contarlo y después sucede como yo había pensado.
En este caso, yo quedaba vulnerable ante unos desconocidos. Supongo que por eso, en estos grupos, me mantengo al margen, observando y analizando y siendo invisible. En el fondo, todos sabemos lo que la gente nos contestaría si les dijéramos tal cosa o tal otra. De forma que observando y analizando podemos sacar las mismas conclusiones que involucrándonos. La diferencia es que si te involucras estableces un vínculo que le permite a la gente influir directamente en ti, y es mucho más difícil decirle a una persona que te marchas a pesar de estar insistiendo por tu bien, que marcharte sin decirle nada a nadie, aunque/porque sabes que si se lo dijeras a alguien te dirían que te quedaras.

Todo esto no sería nada malo, si no fuera porque tengo la vaga intuición de que lo hago demasiado a menudo.


En el fondo creo que este hombre y su compañera me han dado el abrazo que necesitaba.

2 comentarios:

Jopoes dijo...

Tu mateixa has tret la conclusió del dia en la última frase.
No crec que la gent faci amb tu el que vulgui; potser has fet tu, ni que sigui inconscientment, el que volies amb el professor. Perquè el que volies tu era asistir a aquest curs, i factors externs, com l’estat d’ànim, t’impedien estar allà. Com dius tu en la última frase, el professor t’ha donat, en menor mesura, “l’abraçada que necessitaves del teu amic” per ajudar-te a fer el que TU volies fer, assistir al curs. El fet d’obrir els teus sentiments, ha implicat el professor a voler-te ajudar, i és el que ha fet.

Només qui hagués marxat després de la xarla amb el professor s’hagués sentit indefens, descobert i vulnerable. I tu has estat allà, quan no tothom en la teva situación s’hagués quedat.

Som persones i no pedres. El fet d’explicar com se sent un mateix hauria de ser el més normal del món.

Una gran abraçada Cristina!!

Jopoes dijo...

I em sento totalment identificat amb el paràgraf...

"Antes del descanso, mi papel en el grupo era el de siempre: minimizado, desapercibido, analizando cómo reacciona la gente a lo que el profesor va diciendo, imaginándome personalidades según lo que cada quien iba diciendo"

Et recomano aquest videoclip... :-)
http://www.youtube.com/watch?v=ozLb-3Ijj5Q