jueves, noviembre 17, 2005

Un lugar para cada cosa, y cada cosa... donde yo quiero

Hoy me he dado cuenta de cómo es mi cuarto. Tú entras y ves cuatro paredes, y es posible que lo primero que hagas sea reírte; yo cada día veo mi cuarto más parecido a Disneylandia. Las paredes son de color pistacho (o lo fueron) y el escritorio también. Pululan encima del radiador una osita que se ríe cuando le das en un pie; una muñeca encima del mueble que tienes a tu izquierda (era una estantería. La corté yo.); arlequines, adorablemente redonditos, en el estante en el que está uno de los bafles, que tienen dentro una caja de música y, si les das cuerda, además mueven la cabeza; una hucha con forma de dragón; un reloj de Pikachu; una hucha con forma de oveja... En las paredes tengo estrellas que brillan de noche, una lámpara con forma de Luna y una Tierra enganchada al lado. Tú ves delante de ti una cama alta, y tres pañuelos de tres colores vivos colgando de ella. En los extremos de la escalera que sirve para subir a la cama (yo no la uso para subir; la uso para bajar, y tampoco mucho (no mucho de cada vez, pero sí cada día)) hay unos guantes de Mickey Mouse, o unos guantes de todos los personajes Disney. Encima del escritorio hay una especie de maletín de merienda de color naranja con una imagen de Winnie the Pooh y sus amigos. La lamparita-despertador es de color rojo, y encima tiene una Dulcelina amarilla. Al lado ves un marco psicodélico con una foto de dos chicas muy sonrientes. Al otro lado del escritorio está Leonardo, la tortuga ninja, además de varios muñecos más esparcidos por encima, y un estuche vaca-de-Milka-morfo. En las paredes, un poster de Snoopy, un móvil con 3 huevos vacíos pintados a mano, un dibujo, un corcho con chinchetas varias y cosas varias que son aguantadas por las chinchetas. En la estantería de los libros ves unos libros faltos de cualquier orden aparente. Y el estor que tapa la ventana cuando es de noche o cuando a mí me place es de color pistacho con lunas, nubes y estrellas de color blanco. La persiana nunca está bajada. Y en la repisa de la ventana ves a un canario llamado Alberto; y es posible que lo oigas cantar. Te parece una habitación divertida, o alegre, o según y como hasta pueril, ¿verdad?
Yo me la miro y, repito, parece Disneylandia. Pero yo puedo ver más allá que tú, y el desorden que a ti te parecía ver en los libros yo lo convierto en un orden perfecto con significado propio. Tú no sabes la historia del maletín de Winnie the Pooh, ni el de la osita que ríe si le das en un pie, ni el de los arlequines que giran la cabeza a la vez que hacen música, ni sabes los años que hace que la Dulcelina está encima de esa lámpara odiosa de la que no soy capaz de deshacerme. Tú no sabes qué es cada una de las cosas varias enganchadas por chinchetas en el corcho, ni cuánto me costó conseguir el póster de Snoopy, ni siquiera sabes por qué está ahí Snoopy. Tú no sabes nada de eso, pero Tampoco es importante. Las cosas importantes están escondidas, guardadas, metidas, donde tú no las ves. En cajones, armarios, cajas o rincones, que no sabes ni que existen. A esos sitios llegaron las cosas importantes por cuenta propia. Y de las cosas importantes que tienes delante de las narices, nadie podría conocer su importancia.

Pero incluso esto es más de lo que debería.

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