martes, julio 25, 2006

Las peluqueras se chutan

Hacía días que tendría que haber ido a la pelu, por aquello de que si te dejas mucho el pelo se estropea y al final te cortas más puntas incluso de lo que las peluqueras quieren, que ya es decir.
Y en un arrebato generoso, puesto que vivo una situación kris-montada-en-el-dólar inusitada para mí, me he metido en una de las peluquerías del barrio que aún gozaban de algo de mi aprecio. Porque, ante todo, me declaro por encima de todas las cosas odiadora de las peluquerías.
Después de que la típica peluquera joven a las órdenes de la jefa me lavara el pelo, y una centésima de segundo después de que la jefa me palpara la cabellera, ésta suelta: uh! qué seco tienes el pelo. Y yo, pobre de mí, me lo he creído. Después le ha preguntado a la jovenzuela si no me había puesto no sé qué producto en la cabeza, y le ha dedicado una mirada, ante su negativa, que decía "tú pagarás lo que no hemos ganado al no ponerle más potingues a esta en la cabeza", más que velar por la salud de las hebras de mi cabello.
Y con el cuento de lo seco que tenía el pelo, la buena de la mujer me ha ofrecido hacerme un tratamiento. Le pregunto: ¿qué vale? Me dice: 15 euros. Además, me ha informado de que normalmente ella recomienda hacer el tratamiento cada 3 semanas, pero, en mi caso, ella me recomienda cada 2.
Aha.
Cada 2 no, pero una vez al año no hace daño, y ya que tengo pasta, voy a darle un mimosín a mi pelo lindo y divino. Total, contando que el corte valga 15 euros como mucho (vamos, que ni voy a pedir que me lo sequen) más 15 euros del milagroso tratamiento, venga va, me estiro y largo 30 euros.
Bueno, la jefa me ha cortado el pelo (no mucho, por cierto) y luego la muchachuela ha procedido al tratamiento. Me han aplicado una especie de limpieza de cutis a base de vapor de agua en el pelo que me ha dejado chorrenado toda yo, pero luego la niña me ha hecho una especie de masaje (presumiblemente shiatsu. Aha.) que me ha dejado bien aplatanada.
Y al final de todo, la jefa, en su infinita inocencia, ha procedido a contarme toda la puñetera lista de potingues que me tendría que echar en el pelo para que se recuperara. Si no ha repetido, en todo el rato que he estado allí, las palabras "proteínas", "profundidad", "hidratar" y "restaurar" o algo así mil millones de veces, no las ha dicho ninguna. Y la mujer se esforzaba porque yo me convenciera, pero alguien tendría que comentarle que repetir las mismas palabras que ha leído en un mini-catálogo no ayuda. No - ayuda.
Y yo la escuchaba, no sé por qué, pero suelo hacerlo. Pienso y me digo para mí misma: déjalos, que se crean que te van a sacar dinero; tú escúchalos, kris, que siempre es una virtud del ser humano prestar oídos a los que hablan.
En fin, que ha empezado a hacer la cuenta de lo que me he hecho hoy, sin contar los champuses ambrosíacos que me quería vender. Y veo que, al lado de "cortar y marcar" empieza a escribir un 3. A mí, de pequeña, me enseñaron que las unidades se escriben a la derecha de todo, las decenas, a su izquierda y las centenas más allá. Como centenas no teníamos, porque en tal caso habría lanzado un cóctel molotov en la pica de la peluquería, todo parecía indicar, puesto que en este lado del mundo escribimos de izquierda a derecha, que el cortecico de pelo que me había hecho la señora iba a costar 30 y pico euros. Flasca. 35 eurazos. Ni más ni menos.
Y, al lado de "tratamiento" escribe, como ya sabíamos, 15. Y dice: "esto hace..." y coge la calculadora. Sumida en la consternación absoluta, le digo: "50". "Sí, 50", ha dicho después de pulsar el igual.
Y luego, para mi asombro, la señora seguía intentándome convencer de que comprara los champuses. Y yo pensaba: por el amor de dios, señora, no se engañe, yo no tengo aspecto de poder pagar estas chuminadas, por mucho que ame a mi cabello. No me levanto a las 5 de la mañana casi todos los días del señor, para gastármelos en mi pelo, que usted dice que está seco y yo me he dado cuenta, tarde, pero me he dado cuenta, de que llevaba el pelo sucio de todo el día después de haber sudado unas cuantas veces. Lo maravilloso era que no estuviera más ratonero.
Para convenceros de que las peluqueras se chutan os diré que, después de apercibirnos de que tenía que desembolsar 50 euros, la peluquera me quería vender 3 champuses de 21 euros cada uno, no sé qué potingue de 28, otro de 21 y algo más de 16, si no me equivoco. Pero fijaos qué oferta: si me lo llevaba todo, me regalaba un champú.
Y como yo no llevaba efectivo suficiente, hasta podía pagar con tarjeta.
Señora, en estos momentos tengo en la tarjeta 23 euros y algunos céntimos.
Yo me voy, y lo que queda de mi pelo se viene conmigo.