sábado, diciembre 10, 2005

Nada (I)

Salí de la facultad antes de tiempo. Aquel día, además, había quedado para comer con mi madre, así que tenía más rato del que yo había previsto para llenar como buenamente pudiera. Empecé a subir por la calle Villarroel, cortando por cada semáforo que encontraba en verde, como siempre. De esta manera, acabé llegando a la Diagonal por la calle Casanova. En esa esquina hay una cafetería restaurante. Entré, pedí un café con leche y un donut y fui al servicio. Al volver, el almuerzo me esperaba. Me senté en una mesa que estaba al lado de la ventana. En el lado opuesto de la cafetería, unos argentinos parecían tener una conversación interesante. Yo me puse a leer Nada, de Carmen Laforet. Ya llevaba leído más de la mitad, así que la forma de ser y de pensar de Andrea, la protagonista, resultaban elementos del libro familiares para mí. La chica estaba ilusionada porque un pretendiente de ella (al que a ella a veces aborrecía sólo un poquito) le había invitado a su fiesta de cumpleaños, y además días antes le había llenado la cabeza con sueños de playas lejanas, que pudieran hacer que ella olvidara el infierno de su casa de la calle de Aribau. Al cabo de unas páginas, y antes de que se me enfriara el café con leche, cerré el libro, pagué y salí de aquella cafetería. Aún me quedaba un rato hasta que llegara la hora a la que había quedado con mi madre, así que busqué un banco entre las motos aparcadas en la Diagonal. Me senté, me acomodé con la chaqueta y el pañuelo, pues hacía mal tiempo –parecía que iba a llover- y yo estaba un poco resfriada, abrí el libro, y seguí siguiendo la vida de Andrea. Resulta que la fiesta había sido un fracaso, pues su pretendiente tenía que estar atento a todos sus invitados y, como ella no conocía a nadie, pasó la mayor parte del tiempo sola. Eso, añadido al hecho de lo ridícula que se empezó a sentir puesto que los demás iban bien elegantes, y que el vestido de ella, que en su casa había parecido precioso, se estaba convirtiendo en un traje vulgar. Ella se sentía vulgar, además de pequeña y sosa. Al cabo de todo, llegó su supuesto pretendiente y le dijo que una chica que a Andrea le había parecido altiva se le había declarado y, claro, con lo inteligente y guapa que era... En fin, Andrea tuvo que marcharse; desilusionada.

<< El aire de fuera resultaba ardoroso. Me quedé sin saber qué hacer con la larga calle de Muntaner bajando en declive delante de mí. Arriba, el cielo, casi negro de azul, se estaba volviendo pesado, amenazador aun, sin una nube. Había algo aterrador en la magnificencia clásica de aquel cielo aplastado sobre la calle silenciosa. Algo que me hacía sentirme pequeña y apretada entre fuerzas cósmicas como el héroe de una tragedia griega.
Parecía ahogarme tanta luz, tanta sed abrasadora de asfalto y piedras. Estaba caminando como si recorriera el propio camino de mi vida, desierto. Mirando las sombras de las gentes que a mi lado se escapaban sin poder asirlas. Abocando en cada instante, irremediablemente, en la soledad. Empezaron a pasar autos. Subió un tranvía atestado de gente. La gran vía Diagonal cruzaba delante de mis ojos con sus pasos, sus palmeras...>> .... Sí, es verdad, sus palmeras.... <<..., sus bancos. En uno de estos bancos me encontré sentada, al cabo, en una actitud estúpida. Rendida y dolorida como si hubiera hecho un gran esfuerzo.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

KOMO LO ACES PARA DARLE A TODO LO Q ESCRIBES ESE ENCANTO???No lo entiendo...xro nunka lo dejes!!!